Kevin Durant, el precio del éxito

¿Cuál es la frontera de la cobardía? ¿Dónde empieza y dónde termina? Aquellos—autonombrados— expertos en diseño y tratamiento estadístico de encuestas (varias, de dudosa utilidad), debieron cansarse un día de añadir tanto nombre y prefijo a cada nuevo e innovador estudio de todo algo brillante que se les ocurría.

El barómetro de…

Así que optaron por dejar de lado y a su suerte a los termómetros, pluviómetros, anemómetros y toda su variopinta familia; no sin antes secuestrar a uno de sus miembros. Cogieron al barómetro, eso que toda la vida había servido para calcular la presión, y lo violaron como les dio la real gana, torturando su significado a gusto y placer.

Así pues, mientras no ahorramos saliva en nbamaniacos y nbamaniacas, la pereza morfológica dio lugar a esta nueva gama de barómetros que inundan teleinformativos y joroban la hora de la siesta, ya que al parecer no existe hora mejor hora para llamar a casa de uno y distraerle con el miedo a que se le corte la digestión.

El barómetro del CIS aún lo podríamos comprar, aunque sólo fuera por empatía electoral y profesional, y así los periódicos, caninos en la edad de las redes sociales, tengan con qué vender la moto durante un mes —o un año, según nivel de desvergüenza del hemiciclo—.

Además, qué diantres, si Cofidis lanzó el Barómetro de la Ilusión y cuatro años después nos comparan su fiabilidad con la de un Bentley, ¿quién soy yo, pobre desdichado, para dudar de ello? El problema deviene de que tras mucho patear y calentar suela, en ninguna de las droguerías de Córdoba  —capital y provincia— he logrado encontrar eso que yo, clásico, llamaría cobardómetro y otros —no digo vosotros—, más en la moda, llamarían barómetro de la cobardía.

Por lo tanto, sin cobardómetro o barómetro de la cobardía, ni balanza capaz de marcar con exactitud la intensidad de un ‘acto cobarde’, no nos queda otra sino analizar.

Kevin Durant, el cobarde del año. O así lo describen muchos. Veamos.

Kevin Durant, cobarde del año

Sin barómetro ad hoc para la ocasión, he pensado que sería justo analizar su decisión desde tres prismas diferenciados para tener una visión lo más holística posible del asunto, y al mismo tiempo no aburriros de aquí hasta agosto con ochocientas formas de abordar el tema.

Tres argumentos. Les pondremos nombre, por hacerlo más sencillo e intuitivo. Al primero lo llamaremos ‘Realidad histórica, al segundo ‘Alternativas’, y al tercero—claro que íbamos a hablar de él— lo denominaremos argumento ‘LeBron’.

Entiendo que, con la suma de estos tres pilares, podremos sacar una conclusión más o menos justa, más o menos ponderada y —sé que esto es soñar fuerte— más o menos a gusto de todos, del nivel de cobardía que adoptó Durant cuando decidió abandonar Oklahoma City para unirse a los todopoderosos Golden State Warriors.

‘Realidad histórica’

Curso baloncestístico 2015/16. OKC, tras una notable campaña de 55 victorias, se deshizo con facilidad de Dallas Mavericks en primera ronda (4-1) y luego venció sin excesivos apuros a San Antonio Spurs (4-2). San Antonio, recordemos, fue ese equipo que concluyó la temporada regular con 67 victorias y 15 derrotas; la mejor marca de toda su historia (se dice pronto). Los Spurs fueron también ese equipo que, por momentos, con apenas un cuarto de la Liga por delante, parecían capaces de arrebatarle la primera plaza de la Conferencia Oeste a los susodichos todopoderosos de Oakland.

67-15. Una cifra singular con pasado reciente, ya que fue, exactamente, la misma marca que habían registrado los Warriors el año anterior cuando se proclamaron campeones de la NBA; o la que hicieran los Dallas Mavericks en la temporada 2006/07 para ser, sin embargo, inesperadamente eliminados por —fijaos qué cosas— los Warriors; aquellos, muy distintos a los de hoy, los de Matt Barnes, Monta Ellis o Baron Davis.

Los Celtics del 72 (68-14) son otro sonoro ejemplo de cómo un memorable año regular (el mejor de su historia) no garantiza tampoco el anillo; los verdes fueron apeados por unos Knicks a la postre campeones del título.

Con esto, lejos de querer asentar ningún patrón —pues la historia nos demuestra que otras temporadas regulares sublimes desembocan a menudo en equipos campeones— no tiene por qué suceder siempre así. Y precisamente entre las excepciones, no hay ninguna tan paradigmática cómo la del año pasado.

Remontados y remontada

Los Thunder de Durant eliminaron a los Spurs (2º mejor equipo de la temporada y 13º mejor balance de la historia de la Liga), casi hacen naufragar a los Warriors (mejor récord de la historia de la NBA) para sufrir finalmente la remontada y ver, acto seguido, cómo estos vivían exactamente lo mismo en sus propias carnes ante Cleveland Cavaliers, un equipo que había terminado el año con 57 triunfos, sólo dos más que OKC, y que, no obstante, terminó llevándose el campeonato.

¿Cuajar una regular season de escándalo es sinónimo de sortija? Ya vemos que no. Los Warriors pierdieron en las Finales de la NBA, estuvieron al borde del precipicio en las Finales de Conferencia y, sin embargo, existe casi el consenso de que eran ellos la mejor plantilla del momento. Esto choca frontalmente con algunos pensamientos que hoy flotan en el aire y que veremos más adelante.

Las rarezas

La historia, por terminar, nos dice que en los últimos veinte años, solo un par de equipos inesperados, se han llevado el anillo. Para calificarlos de inesperados nos basamos en la ausencia de dos suertes: tener un Big Three o, de no tenerlo, suplir la ausencia de éste con grandes jugadores (sin llegar a juntar tres superestrellas) asentados sobre una excelente química de equipo.

Esos dos equipos serían los Detroit Pistons del 2004, y los Dallas Mavericks de 2011. En los Pistons estaban los Wallace (Rasheed y Ben), Chauncey Billups, Tayshaun Prince, Richard Hamilton o Mehmet Okur como sus mejores hombres. Ninguna estrella con luz propia. Al menos en ataque. El máximo anotador de la temporada en la Motown aquel año fue Hamilton, con 17,6 puntos.

Y si alguno considera que en este conjunto sí había al menos tres jugadores catalogables de Big Three (aunque yo insisto en que no), mejor aún; se reforzaría mi teoría, y solo quedarían los Mavericks de 2011 como campeones infiltrados.

Aquellos Mavs, por su parte, tenían a Nowitzki y un montón de buenos complementos a su alrededor (Kidd, Marion, Terry, Butler, Chandler, Stojakovic).

¿El resto de campeones las dos últimas décadas? Un pequeño oligopolio. Los Bulls de Jordan y Pippen (tres campeonatos), los Spurs de Duncan, Parker, Ginobili (…y Pops. Cuatro campeonatos), los Lakers de Kobe (y/o Shaq, Pau, Odom… y Phil Jackson. Cinco campeonatos), los Celtics del Big Four (Garnett, Pierce, Rondo, Allen. Un campeonato) y los consabidos Heat del Big Three (LeBron, Wade, Bosh. Dos campeonatos).

La historia de los últimos veinte años (por no hacer sangre remontándonos más atrás) nos cuenta que alzar el título de campeón sin un equipo con un puñado de futuros Hall of Famers en sus filas, o a través de un vestuario perfectamente cohesionado, armónico, unisonante, funcional, y liderado por un técnico de prestigio (Pops, Phil o Larry Brown; ninguna fruslería), hace aguas en algún momento de la cruzada por el anillo.

‘Alternativas’

“Well, I must be going now. It’s time for me to test the market”. Así arrancaba un Kevin Durant de papel, lápiz y píxel la nueva temporada de Game of Zones en su particular ‘Odisea Veraniega’; y así arranca este pequeño juicio a KD.

Antes de discutir sobre en qué dirección debía partir, veamos realmente por qué debía partir. Sin conocer al por menor los pensamientos de Kevin —pues hace más de un año que no hablamos con él— intentemos hacer un razonamiento deductivo similar al que tuvo que realizar (numerosas veces) la mente del jugador, antes de tomar tan trascendental como mediática decisión.

Oklahoma

¿Qué eran los Thunder cuando Durant los dejó en la estacada y con las vergüenzas al descubierto? Para empezar, partamos del análisis previo del primero de los pilares: el histórico.

OKC no tenía Big Three, pero sí un potente Big Two. El resto de la plantilla, cuando miremos sus nombres dentro de unos cuantos años, pocos se librarán del justo calificativo de morralla. Exoneraremos, posiblemente, a Serge Ibaka, Dion Waiters, Andre Roberson, Steve Adams o Enes Kanter; todos ellos con papeles muy concretos; cumplidores en lo suyo pero inoperantes en lo demás.

Los Thunder fueron, también, ese grupo insospechado que estuvo a punto de eliminar al mejor equipo de siempre en temporada regular: los Warriors del 73-9.

¿Cómo pudo ocurrir esto? Pues con un Durant apoteósico (30 puntos de promedio en la serie) un Westbrook sideral (27,9 puntos y 11 asistencias) y un Roberson irreconocible; pues éste, además de su empeño habitual atrás, estuvo desatado adelante, promediando 9,8 puntos (por los 4,8 de RS), 7 rebotes, 1,8 robos y un inconcebible 50% en triples.

Esto, sumado a unos Warriors que empezaban a pagar el precio de haberse exprimido en la recta final de la temporada por superar la marca de los Bulls del 96, casi permite el milagro.

Sin embargo, estos Warriors a remolque pudieron con todo. Con su cansancio, con las penurias físicas de Curry, con la presión de ganar tres partidos sin margen al error, y con todo el rugido incesante del Chesapeake Energy Arena.

Esos mismos Warriors, cayeron en la escena siguiente ante los Cavs. Los Cavs de LeBron, de Irving y de Love. Los mismos que, con las guadañas igual de afiladas, habrían estado esperando a Kevin Durant y a su séquito de haber logrado estos consolidar la machada y acceder a las Finales de la NBA.

Con la partida de Harden años antes, se había esfumado el sueño del Big Three en Oklahoma. Y con Billy Donovan, tampoco tenía pinta de producirse un giro de 180º en el modo y forma de repartir responsabilidades. Las 10,4 asistencias de West no venían, en su mayoría, como resultado de una voluntad meditada por implicar a las tropas, sino como consecuencia in extremis de internadas suicidas y balones que amenazan con convertirse en pérdidas. Pocos son los que, merced a su propio talento, explotan los de los demás. El dichoso IQ, ese intangible en peligro de extinción. Chris Paul, Rajon Rondo, Draymond Green saben de primera mano de lo que hablo. Pero nadie domina esta ciencia como LeBron James. Una ciencia que aún no se ha detenido a estudiar Don Triple-en vano-doble Westbrook.

El dúo Westbrook & Durant, no entendía de sinergia. Siempre fueron una suma normal, nunca exponencial.

¿Spurs, Warriors y Cavs de una tacada, con un Big Two y una dinámica de no compartir el balón ni El Día de Acción de Gracias? Cínica greguería a la que lo peor que pudo sucederle fue haber completado tres cuartos del camino y servir así como fuente de alimentación para el oportunismo más ingenuo y casposo.

Descartados, pues, los Thunder, un rápido vistazo a las otras alternativas. Las que no son los Warriors y, presuntamente, de haberse decantado Durant por alguno de ellas, descendía el volumen de cobardía.

Durantula se reunió hasta con cuatro franquicias más. Amplio trabajo de campo para un paso adelante que removería los cimientos de la Liga. Miami Heat, Los Ángeles Clippers, Boston Celtics y San Antonio Spurs.

Los mismos Clippers se autodescartaron pronto al apostar por mantener su hidra de tres cabezas (Chris Paul, Blake Griffin y DeAndre Jordan) y firmar renovaciones varias (Austin Rivers, Jamal Crawford, Wesley Johnson) que les dejaban sin la menor flexibilidad salarial para pujar por Durant.

Florida

De los tres que restan, creo que podemos reducirlo a dos. Pues, Miami Heat, sus mimbres, eran más endebles que los ofrecidos de partida por OKC. En su afán de fortalecerse, habían hecho añicos la hucha del cerdito por Hassan Whiteside… y para de contar. El distanciamiento entre Wade y la franquicia era ya manifiesto y explosivo, la vuelta saludable de Bosh, pesimista e incierta… y por entonces los Heat ni siquiera se habían acercado aún a Dion Waiters. Ni siquiera Pat Riley parecía capaz esta vez de vender el milagro.

El objetivo de Durant al abandonar Oklahoma era hacerlo hacia un destino mejor. Un destino en el que las probabilidades de ganar el anillo aumentaran de manera ostensible. Florida no parecía el lugar idóneo en aquel momento.

Así pues, vamos a por los otros dos que sí, quizás, lo podían ser: Boston y San Antonio.

Massachusetts

En Massachusetts es donde sintieron que la traición fue mayor. Cuando Durant abandonó su sala de reuniones, estaban convencidos de que lo habían logrado. De que habían seducido a uno de los mejores agentes libres de la historia reciente. Los Celtics se abrieron a Kev: le revelaron cuáles fueron sus estrategias para vencer a los Warriors y para vencer a los Cavs; ambos presa suya en temporada regular. Además, un día antes, los Celtics habían cerrado el fichaje de otro All-Star: Al Horford.

Sin Durant, pero con Horford, Isaiah Thomas, una plantilla magnífica y equilibrada (Bradley, Smart, Crowder, Olynyk, Brown etc.) y un entrenador de primera, Brad Stevens, los Celtics han terminado primeros de la Conferencia Este por encima de Cleveland Cavaliers. Una temporada antes, finalizaron la temporada en quinta posición (48 victorias) empatados con Miami, terceros, y sin Horford todavía en sus filas.

Este año, tras haber fracasado en la firma del alero, lo que sí han firmado es una temporada sensacional. Han alcanzado las Finales de su Conferencia a pesar del hundimiento anímico (y físico de últimas) de Isaiah, dónde han sido prácticamente pulverizados por los Cavs. Ayer, creo recordar, leía en el foro que los Warriors, sin la estelar actuación de Durant noche sí noche también, habrían sido barridos por Cleveland. Sobre gustos y colores no han escrito los autores.

Texas

Traicionó Durant a los Celtics y dijo también que tampoco a los Spurs. Más allá de la Soul Box de Popovich, no sabemos qué pudo arredrar a al alero para no decantarse por la franquicia más fiable, estable, altruista y exitosa de los últimos veinte años. Que Pops no le bailó el agua en la hora y media que duró su reunión estival, lo imaginamos. Pero tampoco es que el coach debiera esmerarse demasiado en vender el producto.

A la reunión asistió LaMarcus Aldridge, por eso de recordar que en el AT&T Center jugaba uno de los mejores ‘4’ de la Liga. Kawhi Leonard no acudió a la cita aquella tarde, pero seguro que Kev era consciente de que en ese equipo jugaba el, sin dudas ni rodeos, jugador más completo del mundo. Y para románticos, que siempre los hay (y los hemos), ahí seguían Parker, Ginobili… y un manojo de desconocidos que en manos de Pops a menudo parecen All-Stars.

Pues bien, resumimos. Que los Celtics sin Kevin, primeros (en el Este) y los Spurs sin Durant, segundos (en el Oeste). Y, humildemente, pienso que no es ni imprudente ni aventurado, creer que hubiera habido permuta de oro y plata en el Oeste, o haber sumado un puñado más de victorias al líder del Este, de haber tomado el forward uno u otro destino.

Y como ya sabemos, gracias a la historia, ser líder de temporada regular no entraña siempre estar ante el prólogo de un anillo.

No obstante, y con ello doy por terminado este apartado, no voy a cometer la injusticia de poner a un mismo nivel a los Warriors de la 2015/16 que a los Celtics o a los Spurs de ese mismo año. Boston tenía un gran equipo, San Antonio un magnífico equipo, y Golden State era una máquina perfectamente engrasada que hizo lo que le apeteció durante la temporada, jugó con toda la Liga como si fuese su bolsa de gogos y tazos, y se convirtió, mediante un estilo de juego vibrante y rompedor, en el mejor plantel en RS de los siglos XX y XXI.

Por eso mismo me parece atingente rescatar una máxima cuyo origen me es desconocido pero que a un tiempo podríamos aplicarlo a innumerables campos de la vida: «Si algo funciona, ¡no lo toques!».

Expresión, por otro lado, que podría ser perfectamente refutada —y ya hago yo mismo las tareas— por el gatopardismo. El Gatopardo, novela de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, tiene un pasaje estupendo…

«Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie».
«¿Y ahora qué sucederá? ¡Bah! Tratativas pespunteadas de tiroteos inocuos, y, después, todo será igual pese a que todo habrá cambiado».
«…una de esas batallas que se libran para que todo siga como está».

Warriors, campeones en 2015, finalistas en 2016 pero con el 73-9 por bandera, nada como revolucionar el mercado pescando a Kevin Durant… para que todo siguiera igual (o mejor) en la Bahía de San Francisco.

¿Garantía de éxito asegurada? Lo abordamos en el último pilar argumental.

‘LeBron’

«¡LeBron es otro cobarde! ¡No, no lo es! ¡The Decision nada tiene que ver con lo que ha hecho el pusilánime de Durant! ¡LeBron tuvo dos The Decisions! ¡El equipo de los Warriors estaba hecho! ¿¡Y Wade, Bosh, Irving y Love qué son, imanes para la nevera!?…»

Porque era insoslayable, porque el universo del aficionado NBA anda dividido, y porque, justo por eso, el paralelismo por algunos pretendido entre lo que hizo LeBron por dos veces en el pasado, y lo que ha hecho hace un año Durant, merece una atención un poco más profunda y así evitar entregarnos a la afirmación gratuita y al imperativo categórico de Immanuel Kant.

LeBron, efectivamente, tuvo dos Decisions; una primera para marcharse de Cleveland y otra para volver a ella. Como por lo general sus detractores le crucifican más por el equipo que formó Miami que por el que aglutinó en su regreso a su Estado natal, nos centraremos, pues, en su primera gran mudanza: la que le llevó a Florida para formar un Big Three excepcional con Dwyane Wade y Chris Bosh, ya que entendemos que casi cualquier crítica vertida en su segunda etapa en los Cavs, puede subsumirse también en aquella.

Pero vamos por orden. El cobardómetro de Durant. Se me ocurren dos variables para medir el nivel de cobardía de un acto de esta índole: la garantía de éxito del proyecto al que te unes; la intensidad del tortazo de no conseguirlo. Y estas dos ideas van inexorablemente unidas.

Durant se unía a un equipo que no venía de ser campeón. No arrancaba el curso como el defensor del título y el soberano a derrocar. Esos eran los Cavs. Los Warriors, nos repetimos, eran los campeones de 2015 y los finalistas de 2016. Los que casi caen en Finales de Conferencia y los que vieron remontado su 3-1 en las Finales de la NBA.

Pero también era el grupo del 73-9, y eso ha dejado un sabor en el paladar inolvidable. ‘Durant se une al equipo del 73-9′. El titular es brutal por sí solo. Poco que decir de la complejidad de la decisión del ex de los Thunder, ¿cierto?: autopista con nitro de Fast and Furious y rampas propulsoras del Mario Kart: ¿coordenadas? No otras que el anillo.

Dos apreciaciones rápidas: ‘el grupo’ del 73-9… grupo, lo que se dice el mismo grupo… Hombre, nadie duda de quiénes eran ahí el motor de los Warriors (Klay, Draymond, Steph e Iggy); pero al mismo tiempo creo que no muchos dudarán de la importancia que tuvo su banquillo y algún que otro titular que ahora no está. Bogut, Barbosa, Speights, Rush, Ezeli… tuvieron su (buen) papel.

Y luego hay otro jugador. Otro que hoy hace las delicias de la afición de los Mavs y que en GSW algunos quisieron entender como una simple permuta de hombre por hombre. Harrison Barnes. Alero por alero. Nada más lejos.

Al irse Barnes y llegar Durant, no se marchaba un forward titular para cobijar a otro. Ni mucho menos. En verano, se marchaba un jugador de cuarto año y 9,6 tiros por partido, por el segundo mejor alero de la Liga que venía de promediar 19,2 lanzamientos por noche. Una ligera diferencia de diez tiros, ahora a repartir.

Entonces, por un lado ocurrían dos cosas. Para que un jugador de talla mundial como Durant llegase a GSW, piezas tanto principales como secundarias de la vieja causa tuvieron que salir por la puerta de atrás. Y lo segundo; a los tres egos ya habidos en Oakland se unía un cuarto. Y con ego no nos referimos sólo al hambre de protagonismo, sino a la capacidad de comprender que se había acabado el buffet de langosta para todos.

El fichaje de Durant por los Warriors podía ser dos cosas muy lógicas: un rotundo éxito o un estruendoso fracaso. Y para que el fracaso fuese estruendoso sólo tenía que suceder una única cosa: que no se proclamaran campeones de la NBA. Cualquier otra hazaña, el 82-0 en regular season, o alcanzar las Finales para caer 4-3 de nuevo ante los Cavs, se hubiese descrito como un piñazo sin precedentes.

Si antes citaba a di Lampedusa y su Gatopardo, permitidme ahora que parafrasee a un personaje al que guardo mucho en el recuerdo con más cariño. Obelix, en la inolvidable versión animada de Las doce pruebas de Astérix de 1976siempre pragmático a la hora de hablar, nos decía lo siguiente al pensar que estaba a punto de enfrentarse a un guerrero de dimensiones enormes: «Mientras más grandes son más pesados caen».

Los Warriors eran el guerrero más descomunal que había habido en años en la NBA, y Durant el agente libre más cotizado de la última década solo tras LeBron James. Muchos daban por hecho que entre su adhesión al equipo de Steve Kerr y el anillo en su anular, había un segmento muy, muy pequeño.

Por eso, me reconforta ver el clima que han rodeado a estas Finales que, por desgracia para todo aficionado, acaban de terminar. Nada importaba que los Cavs hubieran terminado segundos en su conferencia. Era un secreto a voces que reservaban el la quinta marcha para el final. Y así fue. Barrida ante Indiana, barrida ante Toronto, y barrida con consolación ante Boston Celtics.

¿Y en las Finales? Pues bueno, este artículo empezó a fraguarse cuando los Warriors ya dominaban la serie 2-0. La esperanza se mantenía intacta. La mayor parte de los aficionados de los Cavs veían más que factible equilibrar la balanza con la eliminatoria trasladada a The Q. Algo que pareció esfumarse con el 3-0, y renacer con fuerza inusitada con el 3-1.

Símiles y analogías empezaron a procrear. En la web nosotros mismos no pudimos evitar establecer paralelismos en la remontada del año pasado y la que podía estar cocinándose ahora. J.R. Smith nos aseguraba que «Cavs in 7», los precios de las entradas batían récords en la reventa, las audiencias televisivas hacían papilla registros precedentes, y LeBron convertía en creyentes a los ateos más tenaces: «Tenemos una oportunidad. Podemos hacerlo».

Al parecer, el equipo más arrollador, el de más calidad, el más invencible de la era moderna… podía verse remontado por los Cavs de LeBron James y compañía. Alentador.

LeBron, el mejor LeBron jamás visto cuando ya parecía imposible de superar. Irving, que empieza a tocar el cielo de los bases de la liga y para algunos es ya el mejor entre los point guards. La orquesta la culminan Love y todo músico veterano que el rey ha querido sumar a la causa. Los proveedores cumplieron con la carta de exigencias: Deron, Korver, prestos al toque de trompeta.

Un Kev, ¿valiente?

Y si Kevin Durant hubiese sido valiente… en el escenario más halagüeño posible y con los mejores playoffs de conferencia imaginados, tendría que haber dejado en la cuneta a Warriors (de haber escogido a Spurs) o a los propios Cavaliers (de haber escogido a los Celtics)… y luego quedaría la reválida de Cavs o Golden, indistintamente, de nuevo en las Finales. Durant, nueve temporadas cayendo a las puertas o incluso bastante antes, conoce bien ese sabor. El de «la temporada que viene», el de «el año siguiente será el nuestro».

El barómetro de la cobardía. El que mide el éxito potencial y el calibre del fracaso imprevisto. El que mide la química particular de un proyecto.

Valentía, en contraposicón, parece, fue el proyecto de Miami. Donde un escolta, un alero y un ala-pívot —vaya, hombre—, que venían de promediar la temporada anterior a la fusión 26,6, 29,7 y 24 puntos respectivamente.

Un océano de dudas, de antagonismos, de vacío químico… que estos tres tardaron aproximadamente siete partidos en resolver. Superado el caos, siguieron cuatro Finales y un par de campeonatos. Exprimido el proyecto, el rey volvió al hogar.

¿Debemos, pues, lapidar al redactor que insinúa —no insinúa, afirma claramente— que LeBron fue un cobarde cuando adoptó The Decision? Desde luego que no; siempre y cuando se aplique el mismo rasero con Kevin Durant.

James, efectivamente, cuando tomó la (para él, nada fácil) decisión de abandonar por unos años el equipo de su corazón y disminuir sus ingresos por diseñar un equipo ganador, llevaba ya siete temporadas tratando de llevar la gloria a Cleveland en solitario. Lo rozó en más de una ocasión, pero no lo consiguió. En una época en la que no existían los colosos, el cetro fue rotando de manos: Celtics, Lakers, Spurs, Heat, Pistons, Mavericks, e incluso los Magic de Dwight Howard tuvieron casi la audacia de aparecer por ahí.

Hoy, además de los de siempre (los Spurs), de los aspirantes que surgen (Celtics, Wizards, Raptors, Rockets, Pacers), había un muro infranqueable formado por un monopolio de dos: Cleveland Cavaliers y Golden State Warriors. Sólo parecía haber una manera razonablemente humana de cruzar al otro lado; uniéndote a uno de ellos.

Es terrible, porque siento que hablo (o escribo) con la voz melosa de Saruman, en su intento de persuadir a Gandalf por unirse a Sauron como la única salida posible. Ahí, Mithrandir nos demostró que había otro camino para destruir el anillo. En este caso, no concibo manera distinta de que Durant no viera, una temporada más, destruido su sueño de conseguir el suyo.

En mi barómetro de la cobardía, su contrapunto, la osadía más audaz, nace al mandar todo a hacer puñetas y unirse al ejército de Memphis: atrincherados cómo las tropas de Príamo en Troya o los 300 de las Termópilas; perennes en playoffs pero incapaces de moverse más hacia arriba ni tampoco hacia abajo, aguardando la llegada de un mesías jamás anunciado.

Y lo demás, es hiel.


EXTRA NBAMANIACS

Nuestro trabajo en nbamaniacs es apoyado por lectores como tú. Conviértete en suscriptor para acceder a beneficios exclusivos: artículos especiales, newsletter, podcast, toda la web sin publicidad y una COMUNIDAD exclusiva en Discord para redactores y suscriptores.