Bridges, Morant, Porter, Giddey… Green: ¿qué hacer con ellos?

“Sé que mucha gente se siente extraña por mi regreso y lo entiendo. Tardaré un tiempo en volver a ganarme su confianza. Así que voy a dedicarme en exclusiva a salir ahí fuera y jugar. Si conseguimos las suficientes victorias, la perspectiva de la gente cambiará”.

Los ocho pulsaron el botón de ‘postear’ y se dejaron caer contra el respaldo de su asiento, satisfechos. Contemplaron su obra durante un rato, releyéndola; de vez en cuando arrastraban el pulgar por el extremo superior de la pantalla o pulsaban F5 para ver si algún nuevo ‘me gusta’ o repost se había unido al saco de los anteriores. En estos temas no suele fallar: lo moral es viral.

La escena se alargó hasta que uno de los ocho recordó que estaban a lunes y era el momento de actuar. Venía arrastrando todo el fin de semana varios jugadores en GTD, y eso le tenía preocupado. «Un alero versátil con rol SF/PF me vendría de perlas para amortiguar un par de bajas de última hora que me dejasen vendido», pensó.

Pero ese pensamiento llegaba diez días tarde. A su pesar, no había sido el único en calcular y anotar cuándo terminaba la sanción del jugador de los Charlotte Hornets. Su compra tardía y sigilosa habría significado todo una bomba de oxígeno en su frágil plantilla; el upgrade perfecto para asaltar los puestos altos de la tabla. Puntos, rebotes y robos de forma consistente. Pero se le habían adelantado.

A día de hoy, de hecho, Miles Bridges es un fijo en el 88% de las alineaciones de todas las ligas Fantasy de Yahoo! Sports.

La NBA: ‘nuestra mierda’

Desde la Grecia aristotélica–acto (enérgeia) y potencia (dýnamis)–, filosofía y ciencia fracasan en dar una respuesta definitiva a qué fue antes, si la gallina o el huevo. El huevo o la gallina.

Más en sintonía, aunque también con cierta alergia al consenso, tenemos al gremio de juristas al decretar qué fue primero, si el hecho o el derecho. O de otro modo: si el problema o la ley que viene a (tratar de) poner solución.

Mil perdones al lector, pues hoy vengo a hablar bastante de legislación, un poco de historia y casi nada de baloncesto. Es un deber deontológico nuestro, una reflexión obligatoria para todos cuantos bebemos del negocio mastodóntico que es la NBA.

Y lo es miremos hacia donde miremos: pasado (Bridges), presente (Morant, Porter Jr.) o futuro (Giddey, Green). Ataúdes deportivos, los cinco, sin tapa ni signos de un velatorio inminente. Un convoy de hipocresía baloncestística con millones de aristas en el que estamos todos implicados.


Me daré el capricho de ‘citar’, pues la ocasión invita, a Ryan Gosling en ‘La Gran Apuesta’: «Si Miles Bridges fue la cerilla y Ja Morant el trapo empapado en queroseno, Kevin Porter Jr. es la bomba atómica con el presidente borracho sosteniendo el dedo sobre el botón».

O así debería de ser de reinar la coherencia en este deporte nuestro…

…pero la realidad es más cruda, y mientras la NBA pone en cuarentena a Draymond Green hasta que amaine su hedor (estará para playoffs, tranquilos), la afilada gravedad se impacienta sobre la nuca de Porter Jr. tras molestas pesquisas y Adam Silver intercede por Giddey en aras del proceso debido, Miles Bridges hila ya quince partidos consecutivos (36 minutos de promedio) y Ja Morant vuelve a ser el héroe de los Grizzlies sin que la Tierra haya dejado por ello de girar.

Por cierto, los ¡booos! de por vida a Bridges arriba vaticinados por un forero se resumieron, según comprobó Scott Folwer del Charlotte Observer, en un 10% de abucheos y 90% de aplausos procedentes de los 19.258 de aficionados del Spectrum Center en el día del regreso del alero a las canchas. Porque hakuna matata y viscoso pero sabroso.

Reinas y peones

Con Kobe Bryant –sentimientos encontrados– un par le sostuvieron la mirada en 2003 por cada noventa y ocho que eligieron torcer el gesto a un lado. Veinte años después todo es distinto sin serlo: la sociedad de minorías, el consumismo, la ira en los sesgos, la salud mental, la narrativa de extremos, la empatía del retuit, el aplastante poder de lo viral, NBA Cares, la opinología, la politización de los hashtags o el delirio salarial.

El deporte de masas ya no es deporte, sino un negocio compuesto por cientos de miles de peones, unos cuantos alfiles y un puñado de reyes y reinas.

En la NBA, siempre tan especial por los fondos de los que se nutre, las reinas, en su mayoría, nacieron como vulgares peones que rompieron filas y atravesaron el fuego cruzado hasta tocar trinchera y convertirse en las deidades que son hoy. Pero todo el que ha jugado al ajedrez alguna vez, sabe que una reina advenediza es mucho más ‘sacrificable’ que la reina original.

Cuando una de estas reinas de nuevo cuño –las que multiplican el cashflow mientras gigantescos posters a escala con su efigie adornan los flancos de los estadios– saca los pies del tiesto o, por seguir con símil, del tablero, la idolatría es sustituida por el desprecio. El ‘hate’ más profundo en un abrir y cerrar de ojos.

Pues si algo hay más disfrutón que admirar a una estrella, es verla caer. Así de cínica es la fama.

A mayor peso del personaje más furiosa es la cancelación. El centro se vacía para dar paso a orillas inconexas rebosantes de soberbia. En un lado, los que justifican todo; en el otro, los que no compran absolutamente nada. Rubiales y el beso. Secesión y amnistía. Dato o relato. Nosotros o ellos. Sus hijos de puta o nuestros hijos de puta.

Y en el medio, sosteniendo el pañuelito y con escaso tráfico web, artículos como éste. Muchos lo llamarán equidistancia. Yo prefiero verlo como lo que es: un problema demasiado poliédrico para un juicio sumario.

Un mapa donde, como en un metro subterráneo, las vías se entrecruzan y a menudo cuesta discernir si estás en el andén correcto, cuál es su dirección y hasta qué punto un retraso en una línea puede afectar al destino de otra.

El deporte de ayer

El deporte, en su acepción más llana y primigenia, entierra sus raíces en el paleolítico medio, hace 35.000 años. Nació por pura supervivencia en un entorno hostil donde nuestros antepasados se debatían entre cazar o ser cazados.

Fueron los griegos (siempre los griegos) quienes lo enriquecieron con una nueva dimensión. En el siglo VIII a.C tienen lugar los primeros Juegos Panhelénicos – compuestos por los Olímpicos, los Píticos, los Nemeos y los Ístmicos— ​siendo los Olímpicos los que daban el pistoletazo a la orgía competitiva. Condenados al olvido durante el oscuro medievo, por su germen pagano, el barón Pierre de Coubertin los rescata en 1896 ungiéndolos de un renovado espíritu.

En sus orígenes, los Juegos habían sido concebidos como una forma de llevar un poco de paz a las costas del Egeo. Una delicada tregua que impregnaba a la ciudad de Olimpia del estatus sagrado de zona neutral.

Durante los dos mil años que duró su prohibición, el deporte quedó reducido a la trivialidad de las altas esferas. Pasatiempos exclusivos de la nobleza cortesana que disfrutaba en sus ratos libres de juegos de pelota, torneos y justas de alto abolengo. No es hasta el Renacimiento cuando el ejercicio traspasa la esfera del mero entertaiment aristocrático y se populariza más allá de cualquier estrato social, asociándose por vez primera como una herramienta de salud y cuidado del cuerpo humano.


El siglo XX es el siglo del automóvil, de la televisión, de abrir el grifo y derrochar agua potable, de los primeros ordenadores. También el siglo del neocolonialismo, el porno, la plasmación de los DDHH, los teléfonos de bolsillo y la fase de gestación de lo políticamente correcto, la desinformación y la posverdad.

Y también es, por supuesto, el siglo de la explosión del deporte como algo mucho más que un divertimento sano y casual. Aquel al que el capellán James Naismith recurrió para alejar de la hipotermia a sus alumnos en los duros meses de invierno, cuando el mercurio de Massachusetts prohibía toda actividad al aire libre (fútbol, béisbol, atletismo… ).

Naismith trató entonces de idear una dinámica colectiva y que pudiese jugarse a cubierto. Así plasmó, burdamente, las trece reglas que dieron forma al primer código del baloncesto.


El deporte de hoy

La inclusión de distintas modalidades deportivas en institutos y escuelas fue derivando en una creciente institucionalización y regulación de cada una de ellas, viendo la luz los primeros clubes y entidades de carácter amateur.

La inmediatez informativa gracias a técnicas pioneras en radiodifusión (como antesala del televisor de tubo en cada hogar de oriente y occidente), provoca el auge definitivo e imparable del ‘deporte – espectáculo’ hasta nuestros días, cebando sin freno, desde entonces, una máquina de apetito voraz.

El deportista de hoy, el atleta de élite, ya no es un simple trabajador que tica al salir, ni desde luego un marqués hastiado a la búsqueda de un hobby que le distraiga. Ahora, en el deporte de masas, el deportista aspira a ser un embajador, un personaje público que ha dejado atrás el umbral de la preocupación por el precio del alquiler o la fluctuación de las subyacentes; una Vírgen del Rocío inhabilitada para salir de tapas a pleno sol sin que catetolandia, a cada paso que da, le pase el brazo por el hombro en busca del selfie sin pudor ni permiso.


Con el boom! de internet y el bang! de las redes sociales, las noticias actúan como fotones que no conocen el tiempo ni el espacio; todo es cegador e inmediato en la prensa de hoy. Y si nos adentramos en la prensa sensacionalista toca regarla de epítetos: abrumadora, excesiva, pérfida, sucia e indecorosa. El deporte de masas –lejos quedan ya las motivaciones panhelénicas– se amarillea sin remedio como tu camiseta de dormir favorita.

En nbamaniacs, peliaguda es la frontera, hemos hecho la prueba en más de una ocasión, y por desgracia el índice de correlación entre el ‘titular clickbait’ y un aumento exponencial del tráfico es del cien por cien. Nos encanta la NBA, sí, pero el morbo nos hace adictos.

Desde hace décadas la NBA se ha ido adentrando más y más en un sendero quebradizo en valores pero sin querer renunciar a su carácter inicial. Un espíritu filantrópico y genuino de comunidad que marca la diferencia con otras grandes ligas y deportes que carecen de esta impronta y en los que el compromiso social no supera lo anecdótico.

Sin embargo, en la época del boom! y el bang!, en la era donde las franquicias ‘crecen’ en su valor un 35% anual y sus precios de venta se disparan, en una mesa donde el próximo acuerdo televisivo se subasta a 75.000 millones de dólares (de 24.000M fue el de 2014), en una gráfica donde el límite salarial sube sin descanso y en una liga donde sus grandes estrellas empiezan no sólo a poblar, sino a monopolizar la zona alta entre los deportistas mejor pagados del mundo (44 jugadores por encima de los 30 millones brutos en salario esta temporada), en esta burbuja (y no la de Orlando) de distanciamiento social con la realidad, de auténtica locura y disparate, donde las camisetas oficiales superan los 100 euros en su precio de venta y un asiento para gozarte de un partido sin catalejo ronda los 200 dólares, en esta liga que se ha rendido, como todas, al acecho desaforado del dividendo por encima del fan, es absolutamente imposible sostener la narrativa social cuando debes vender tu alma a mil y un demonios por el camino.

Las ‘insuficientes’ sanciones

En el último año y medio, cinco ángeles caídos. Cinco reinas de trinchera que generan una profunda incomodidad panfletaria.

  • Miles Bridges. Reo de delitos de violencia doméstica y abuso infantil (por golpear a su pareja en presencia de sus hijos menores), ha sido penado con 3 años de libertad condicional, en los que se incluyen pruebas de drogas semanales, 100 horas de servicio comunitario, talleres específicos de rehabilitación y cursos de paternidad.

    Sanción de la NBA: 30 partidos de suspensión (con el consiguiente prorrateo salarial), de los que veinte fueron conmutados dentro del curso inmediato a su conducta criminal, el cual lo pasó en blanco al completo.
  • Ja Morant. Sin cargos criminales por aparecer en dos ocasiones sujetando una pistola en directos de redes sociales.

    Sanción de la NBA: 8 partidos de suspensión por el primer vídeo y 25 por el segundo (unos 10 millones de dólares menos en su nómina).
  • Kevin Porter Jr. Pendiente de resolución, el jugador afronta una posible condena de hasta siete años de prisión por agredir y estrangular a su pareja.

    Mientras que la NBA no ha tomado medidas expresas, el GM de los Rockets comunicó que, tras conocerse los hechos y hasta dictarse sentencia, el point guard quedaba inmediatamente apartado del equipo hasta nueva orden, no pudiendo ni entrenar ni interactuar con otros miembros de la organización.
  • Draymond Green: suspensión indefinida por parte de la hasta nueva orden por su enésima agresión injustificada durante el transcurso de un partido.
  • Josh Giddey. Loading…

Para muchos aficionados y un amplio sector de la prensa, estos castigos en lenguaje deportivo son insuficientes, y exigen a Adam Silver la inhabilitación absoluta para los jugadores de arriba o alguno de ellos en particular, vetándolos de por vida en cuanto a volver a vestirse de corto en los circuitos de la Liga.

La tesis se asienta en todo aquello que el deporte quiso ser una vez. Una percepción romántica y casi poética concebida en un instante de la historia que se sitúa entre la hastiada aristocracia y los deportistas-influencers. Valores decimonónicos que Winston Churchill, persona poco sospechosa de salir a trotar al canto del gallo, resumió a la perfección al darnos su visión del deporte bretón por excelencia, el rugby: “Se trata de un deporte de hooligans jugado por caballeros”.

Y así era. A ojos del espectador inexperto, el rugby es un espectáculo de pasmosa brutalidad, pero en su trasfondo estamos ante un disciplinado juego sustentado en reglas y tácticas complejas y rígidas que son seguidas con total concordia y deportividad. Un espíritu que, a juicio del periodista Gerardo Vázquez, no ha perdido del todo, conservando buena parte de su misticismo, su amateurismo y sus tradiciones, a pesar de ser acechado también por el monstruo de la mercadotecnia y el estrellismo, pero donde su limitado alcance mundial hace que sus estrellas mejor pagadas no lleguen a los 2 millones de dólares al año en salario, manteniendo así los pies en la tierra.

La inhabilitación de ayer

Con esto nos metemos de lleno en aguas jurídicas para ahondar en eso de la inhabilitación; de la expulsión baloncestística de la NBA por clamor popular con todo lo que conlleva, y discernir lo legítimo de su causa.

En los ordenamientos jurídicos actuales, las penas de inhabilitación, en un acercamiento lo menos retorcido posible, son sanciones predominantemente penales, que consisten en la privación de derechos distintos a la vida, la libertad (stricto sensu) o el patrimonio.

Estas penas pueden tener un carácter principal o accesorio, o bien ser aplicadas como medidas de seguridad, y afectan a derechos políticos, profesionales y civiles de las personas. Es decir, sólo se pueden imponer a ciertos sujetos por razón de su profesión, cargo u oficio. Y como su razón de ser es doble, punitiva y preventiva, también afectan a derechos tales como la patria potestad, tutela, tenencia de animales, derecho de sufragio pasivo, porte de armas, conducción de vehículos a motor o el derecho a residir en un lugar determinado.


Su leitmotiv, su justificación y encuadre dentro de la ley, ha ido experimentando cambios desde sus primeros brotes en el Derecho romano, donde era habitual recurrir a ellas para mantener limpias y fuertes la castas dirigentes así como sumiso y obediente al resto del vulgo. El Derecho germánico medieval, entre sus muchas novedades, trajo consigo las penas infamantes, de esencia más intimidatoria que punitiva en su última etapa, y que son un claro antecedente de nuestro enfoque actual de las penas de inhabilitación.

Y no faltó a la cita el derecho canónico, el cual, en su máximo auge, rompe con la línea consuetudinaria para hacer una interesantísima aportación al campo de las inhabilitaciones con la figura de la excomunión, presentándose no como una institución sancionadora sino resocializadora, y recurriendo a este singular destierro «como medio para la reincorporación por la experiencia triste y aflictiva de la privación que supone el apartamiento de la asamblea. No persigue la eliminación sino la corrección» (Antonio Beristain, ‘La inhabilitación penal ayer, hoy y mañana‘).

La inhabilitación de hoy y de mañana

Habiendo perdido parte de su brutal carácter castigador (la visigoda ‘pérdida de la paz’), la inhabilitación mantiene hoy su arraigo preeminentemente punitivo en el derecho comparado, a pesar de ser empleado también como medida de prevención. Un escarnio que se bien salpica y a veces ahoga a particulares (el arquetípico caso del carné de conducir en aquellos cuyo sueldo depende de usar su vehículo), descarga toda su fuerza cuando el delito lo comete un agente público, es decir, un funcionario del Estado en el ejercicio de su cargo (y valiéndose de la posición del mismo), y extensivamente todas aquellas conductas que afectan de un modo u otro al interés común, la seguridad estatal y la salud democrática.

Todo indica, dada la naturaleza resocializadora de los códigos penales occidentales –así como la naturaleza infamante (deshonrosa) de la inhabilitación– que el destino de estas es el de acabar sistematizadas en la sección de las medidas de seguridad y no como penas en sí.

Pero también por un argumento de tipo económico/laboral esgrimido por un sector importante de la doctrina, ya que con la inhabilitación se desposee al reo de su fuente natural de ingresos al ser privado de su profesión (argumento grotesco, ya que lo que espera al otro lado es, citando a Beristain «la escasa productividad y gran onerosidad al erario público de las personas que vegetan en las instituciones carcelarias»).

Inhabilitaciones, y esto es importante, que impuestas como penas principales, van de los 6 a los 20 años de duración. Suficiente para ventilarte el ciclo profesional del jugador NBA promedio, para el que la esperanza de vida en la élite ronda los seis años (once si han sido All-Stars).

¿Expulsión de por vida de la NBA?

¿Y todo este microensayo para qué sirve? Pues la idea es que nos esté sirviendo para tratar de entender dónde se inserta la NBA en el deporte de hoy, y qué medidas debería adoptar su Comisionado ante los actos reprochables de algunos de sus jugadores y para los que parte de la grada pide su expulsión o, al menos, sanciones más ejemplares de las que se vienen ejecutando.

El gran problema con la NBA –en este asunto y para sorpresa de nadie– es que querer estar, desde hace un cuarto de siglo, en misa y repicando al mismo tiempo.

Presentarse como los grandes abanderados del deporte de antaño y sus valores modélicos, pero sin renunciar a una expansión global a costa de lo que sea. Bien sabía David Stern y sabe el señor Silver, que hacer del producto algo no sólo rentable, sino crematísticamente líder del sector, es del todo incompatible con la protección y cultivo de dichos valores.

Y eso hace que uno se pregunte –o un servidor al menos– hasta qué punto está la NBA legitimada para actuar como complemento a la justicia ordinaria, y si delitos cometidos fuera del ámbito laboral (pues el baloncesto profesional no deja de ser un trabajo) deben tener repercusión dentro del mismo, en forma de sanciones que conllevan una pérdida importante de partidos y sueldo, así como el duro revés mediático.


Recordemos algunas de sus ‘mediaciones’ más famosas y recientes respecto de hechos acaecidos fuera de la NBA en su esfera directa:

  • Postura fuerte del Comisionado en el caso Morey vs China, asumiendo pérdidas de en torno a 500 millones de dólares. Llegó a emitir un jugoso comunicado afirmando que «La NBA nunca regulará las opiniones de jugadores, empleados o propietarios respecto a China u otros temas» (todo el hilo de la crisis entre la NBA y China, aquí).
  • El Comisionado consiente la sanción de los Nets a Kyrie Irving (cuyo dueño, Joe Tsai, fue muy crítico con la NBA en el caso Morey vs China) por promocionar en sus redes una película de presunto contenido antisemita, y es la NBPA quien tiene que interceder por él.
  • El Comisionado deja agonizar deportivamente a Meyers Leonard por un comentario antisemita en un contexto poco sospechoso de buscar la ofensa.
  • La NBA castiga a Ja Morant por aparecer, en dos ocasiones, sujetando un arma en sendos directos en redes sociales. 8 y 25 partidos sin empleo y sueldo respectivamente (En el estado de Tennessee, territorio Grizzlie, es legal portar armas sin permiso desde los 18 años).
  • A la sentencia firme de culpabilidad por violencia doméstica contra Miles Bridges, la NBA responde con una sanción de 30 partidos, conmutando 20 de ellos en la temporada inmediata que estuvo sin jugar. Los Hornets, por su parte, aparcaron toda negociación multianual pero sí le mantuvieron la oferta cualificada de 7,9 millones para retenerlo.
  • Al mediar consentimiento y estar aún las diligencias de investigación abiertas, ni la NBA ni OKC han tomado medidas aún con el asunto Josh Giddey y la menor con la que habría mantenido un encuentro sexual, (o varios), por lo que éste sigue siendo parte normal de la rotación de los Thunder.

Y luego, por supuesto, abundan los chupópteros cuyo grado de sensacionalismo es proporcional al de su imbecilidad y, por desgracia, de su repercusión en los tabloides que nos sirven de cabecera informativa. Y hablan y hablan. Y también, puntualmente, donde siempre hablan a veces callan.


Discrepando más o menos con el grado de dureza (del Comisionado, no del personaje de Stephen Smith), en lo que estamos todos de acuerdo es con que la NBA sí intervenga en todo percance contrario a su normativa interna y cuyos autores lo promuevan dentro de su círculo de acción o, como reza la ley análogamente, ‘en el ejercicio de su cargo’.

De ahí que exista un contento generalizado por su papel implacable en el ‘caso Donald Sterling’, ex dueño de los Clippers, exiliándolo de por vida de la NBA tras filtrarse mensajes privados de contenido altamente racista.

Otra película, mucho más controvertida, es su forma de calibrar el termómetro en el fragor de los partidos. De la mecha arbitral cada vez más corta por cada pavoneo, mirada o gesto que no es de su agrado (llevando a toda clase expulsiones surrealistas), a su cuasi omisión timorata con acciones salvajes y gratuitas que son retransmitidas en vivo ante cientos de miles de espectadores, y donde Draymond Green se ha cansado de ir y volver de la fuente hasta ver por fin como el cántaro se rompía.

Libre de pecado

Las contradicciones éticas y cuantitativas de la NBA en su manera de sancionar son infinitas, pero a la postre, todo se reduce a un exagerado ánimo tutelar e intervencionista; a su samaritanismo cool siempre que no se desmadre el balance de cuentas, dando entonces vía libre a esperpénticos sinsentidos.

La cuestión, pues, es si la NBA está lo suficientemente limpia, lo suficientemente purificada como para arrogarse una suerte de estatus hegemónico que esgrime en aras de proteger esa institución sacrosanta que es El Deporte y sus Valores (para chicos y mayores), y por el que se permite invadir la esfera personal, pasándose por el forro y a un tiempo el non bis in ídem y el Estatuto de los Trabajadores, imponiendo suspensiones o inhabilitaciones que, rescatando las Partidas de Alfonso X y adaptando su concepto de ‘muerte civil’ al tribalismo digital y degenerado de hoy, puedan suponer «on sea muerto naturalmente: tienen las leyes, que lo es, quanto a la honrra, e a la nobleza, e a los fechos deste mundo».

Es decir, mutilar al personaje mientras la Justicia hace lo correspondiente con la persona.

Con el beneplácito de las televisiones.


(SÍ os detenéis a mirar el ‘plano del metro’ que adjunté bastante más arriba, apenas hemos cubierto la mitad de las paradas previstas. Así pues habrá una segunda entrega donde trataremos ‘todo eso otro’ que tiene un peso tan o más importante en el papel que la NBA juega en todo lo que supone la formación no sólo de baloncestistas, sino personas con valores de élite. Sus fuentes de captación de talento, los programas de rookies, las bancarrotas que suceden al retiro, los derechos NIL para generar ingresos en la Universidad, los requisitos de acceso a becas deportivas, la naturaleza ambivalente del la regla del one-and-done y algunas cosas más. Sólo entonces dispondremos del contraste informativo suficiente para decidir, cada uno, si la NBA de hoy es digna de fiscalizar en pro de los valores de ayer).


Felices fiestas, estimado lector.

(Fotografía de portada de Mike Lawrie/Getty Images)


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