Estrellas cobardes: llegó su hora

Sólo hubo una cosa que me alegró (si es que alegrar es la palabra) del percance de Kyrie Irving que le impediría jugar, por el ...

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Por Enrique Bajo

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Sólo hubo una cosa que me alegró (si es que alegrar es la palabra) del percance de Kyrie Irving que le impediría jugar, por el momento, los Game 5 y 6 ante los Milwaukee Bucks. Y era que todos los focos, doubleteam defenses, responsabilidad y presión mediática, recaerían sobre Kevin Durant.

La mala (si es que mala es la palabra), conocida horas después, fue que quien sí estaría en la convocatoria sería James Harden. Un James Harden con quien Steve Nash no tuvo remilgos ni mesura alguna y a quien expuso 46 minutos sin overtime. Es decir, descansó dos. Supongo que la cortesía profesional o la adecuación léxica no lo avalaban, si no Steve Nash habría cambiado ese progresa adecuadamente por un progresa cojonudamente. Eso o que el miedo a verse 3-2 abajo ante Milwaukee fuese mayor a la frialdad con la que él mismo hacía simple el baloncesto más complejo en sus tiempos de MVP sobre el parquet.

El caso es que La Barba pasó del cero al cien en cuanto a tiempo en cancha, pero no así en su impacto, cuando menos numérico, en lo que en él es habitual: sólo 5 puntos, 8 asistencias y la mirilla láser apuntando a Delaware (1 de 10). Me encantó; porque así pude ver por fin al Kevin Durant que llevaba tanto tiempo esperando y en una faceta que se nos resistía por una puesta en escena que no se llegaba a cumplir. La de Kev ‘sólo ante el peligro’.

Sé que decir eso con Harden (aunque sea a medio gas) o Blake Griffin a su lado y con el mismo uniforme, es decir mucho y menospreciar de más. Pero lo que está claro es que en ese Game 5, la rotación de los Brooklyn Nets era menos estelar que la de los Milwaukee Bucks, con su quinteto titular (Holiday, Middleton, Anteto, Tucker, López) disponible al completo.

8 años del último ‘Kev contra el mundo’

En 2013, con Russell Westbrook lesionado en primera ronda ante Houston Rockets y con el limitado apoyo de Serge Ibaka, Kevin Martin y un joven Reggie Jackson como principales escuderos, KD35 se las tuvo que ver con los mejores Grizzlies del grint&grind… y ahí, Kev, verdaderamente sólo ante el peligro, no fue ni la sombra de Gary Cooper y recibió una señora zurra por los Gasol, Randolph, Conley y compañía (1-4).

Lo volvería a intentar dos veces más, pero el tádem ‘Durant & Westbrook’, junto el yeso y formón de Adams e Ibaka en labores grises, volvió a estrellarse: primero ante los Spurs, artesanía pura con el balón, y luego frente a los Warriors de quienes todos sabéis.

Las temporadas de Russ y Kev se amontonaban una tras otra como un déjà vu constante; un día de la marmota en eterno bucle y con idéntico desenlace: los playoffs concluían pero uno de los mejores dúos de la NBA seguía sin tener su anillo. Que los Warriors del 73-9 le dieran la vuelta a las Finales salvando tres match balls ante los Thunder fue la puntilla de la desesperación, y un Durant hastiado, amedrentado y cansado de tanto perder terminó perdiendo, incluso, la fe en el proyecto y en sí mismo. En su capacidad de, con sólo otra gran estrella a su lado, culminar su condición de eterno contender con un maldito campeonato.

Adiós al Big Two. Hola Bigs… ∞∞.

Kevin Durant –al César lo que es del César– ha demostrado que puede ser el mejor cuando se rodea de los mejores. Dos MVP’s de las Finales de la NBA así lo atestiguan. Pero KD está hecho para algo más. Fue lo suficientemente precavido en lanzarse a por la meta incompleta en el caso de tantos otros (Malone, Stockton, Nash, Barkley, Baylor, Ewing, Nash, McGrady, Iverson…) y asegurarse un par de títulos para sus vitrinas, en lugar de esperar casi hasta la jubilación y un contrato por el mínimo en algún superequipo donde él no fuese más que una vieja estrella moribunda con la que vender algún abono de más.

Con el objetivo cumplido, Brooklyn, con su roster, parecía un destino innecesario, aunque él e Irving no fuesen un dúo tan sideral como para arrollar sobre el papel a cualquiera. No más temible de lo que lo fue junto a Westbrook. Claro que nadie contaba con que Harden, Griffin (y Aldridge), es decir, otros que empiezan a verle las orejas al lobo y un epílogo profesional sin Larry O’Brien aguardando en el horizonte, también querían (y quieren) su trocito de historia en la eternidad y la barroca sortija brillando en sus dedos.

Lo cierto es que la liga atraviesa un momento dulce en cuanto a jugadores de nivel Hall of Fame y, por ende, los equipos aspirantes emergen por doquier con ninguno de ellos sobresaliendo especialmente por encima del resto.

Y, por su fuera poco, luego están los Jazz, esos underdogs que nadie escoge en el 2K pero que juegan a esto como los ángeles.

Tal es la igualdad en la cima que otros ángeles, los Lakers, son la prueba fáctica de que no estar al 100% y con tus dos jugadores franquicia tocados, es sinónimo de eliminación prematura. O que ser el MVP de la temporada no te garantiza un puesto en las Finales de Conferencia. O que un Big Three tan pétreo como el de Simmons, Harris y Embiid y complementado por buenos defensores y estupendos francotiradores, puede no ser suficiente para derrotar a las estrellas del mañana que quieren serlo ya hoy. Casi lo logra Doncic frente a George y Kawhi. Aún puede hacerlo Trae Young.

Un panorama así, tan de selva postapocalíptica, donde los depredadores se agrupan y la comida escasea, no tiene piedad alguna con el rival más débil. Con el semental herido. Milwaukee está ‘a uno’ de mandar a casa al que podría ser, tranquilamente, el mejor quinteto titular de la historia, por la sencilla razón de que a éste le falta una pieza clave del puzzle.

Kevin Durant ya tiene sus anillos y ha demostrado que es (junto a Michael Jordan) el anotador más imparable de todos tiempos. El siguiente nivel es granjearse el consenso de figurar en el top-10 de siempre. Y para ello debe triunfar ‘solo’. Con la plantilla actual no convencerá a nadie de ello. Pero ganar ese Game 7 sin Irving y con un Harden mermado, con otra noche mágica similar a la del Game 5, podría sumar otra piedrecita a dicho objetivo.

‘El otro’ de los Clippers

Mucho de esto respecto a Kevin Durant aplica también a Paul George y su paso al frente obligado con la ausencia de Kawhi. Un All-NBA bajo el radar desde sus tiempos mozos en Indiana que ha cambiado la maña por la fuerza, y a quien a menudo se le ha tildado (y argumentos hay) de miembro honorífico del club de los sangre-horchata.

Siete veces All-Star, diez postemporadas disputadas a sus espaldas, dos Finales de Conferencia perdidas, cero Finales de NBA jugadas. Cero anillos. 31 años de edad. No cuajó el atajo de Oklahoma. Ahora o nunca.

Asaltar Utah sin Kawhi, con 37 puntos en su haber y como líder absoluto para colocar el 3-2, reabren la rendija de una puerta que llevaba tiempo cerrada y laqueada. George está sano, está maduro, está con hambre y está, puede, ante su última oportunidad de dar un sutil brochazo de verdad al linaje que una vez fue pero con el que, por una grave lesión, jamás le investimos: el sucesor de Lebron James.

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Pero hay otro más. Otro veterano sin anillo. Otro que parecía marchito y cuyo contrato de 40 millones/curso al final va a resultar barato. Nadie contaba con él salvo, quizás, James Jones y él mismo. Chris Paul tampoco sabe lo que es proclamarse campeón de la NBA. Por el momento. Aunque éste de cobarde… poco. Muy poco.

(Fotografía de portada de Elsa/Getty Images)

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